Lázaro, un artista con la humildad tradicional del revolucionario
Publicado: julio 3, 2022 Archivado en: Cuba, Cubanos por el mundo, Culturales, De Cuba y el Mundo, La isla y el mar Deja un comentario
Por Rainer Castellá Martínez
La Cultura es la base esencial en toda ideología política. Rige y conduce e incluso modifica el pensamiento social desde la herramienta del intelecto que en este caso germina a través de determinados procesos históricos en los que se cultiva como máximo exponente del pensamiento individual un resultado plural nociologico, en este caso, liderado por la actitud intelectiva de los hombres de pensamiento cultural.
Es por ello que en la Cultura se imbrican innumerables modos tanto cívicos como políticos, de los que el intelectual es su eje central y de la que se nutre irremediablemente la sociedad de su tiempo. El resultado, como diría Marx, de su producción espiritual, concebida por la materia que diseñe es lo que llamamos arte y en ello se basa la derivación o el nombre añadido de: artista. O sea, es un artífice espiritual que a su vez genera producción o mercancía material. Va de los procesos organizativos inmateriales al resultado material que ofrece a sus contemporáneos y aunque muchas veces no se involucre del todo con la sociedad, la sociedad en cambio se nutre de su resultado artístico.
La Cultura en cambio es un componente estructural con la que se designa a una sociedad en particular a raíz de su origen, precedentes y costumbres, procesos históricos, hábitos culinarios, en fin… Cultura es Sociedad pero Arte es aquel producto creado por el ser individual, o sea, el Artista y aunque se inserta a la Cultura de su país o de diversas regiones del planeta, parte de lo singular y no de lo plural, de lo «único» que puede, sin embargo, convertirse y hasta modificar ese «todo» que denominamos Cultura.
Quise detenerme en este punto porque hay artistas comprometidos con los procesos sociales de su época y otros que se apartan convencidos que al final su resultado artístico por meras consecuencias será un nexo incuestionable, como suele suceder, de la Cultura o la sociedad cultural de su tiempo. En ese sentido todos los creadores con contemporáneos y vanguardistas y daríamos al traste con los señalamientos estético creacionistas a los que acuden los críticos para dividir su pensamiento creativo por épocas y movimientos estéticos.
Tuve la suerte de hace algunos años conocer uno en particular que aunque no piensa en la trascendencia dada la sencillez que le caracteriza, es un artista comprometido directamente con los procesos sociales de su época desde el mismo triunfo de la Revolución. Me refiero al periodista camagüeyano, escritor y amigo, Lázaro David Najarro Pujol.
En su haber bibliográfico cabe el desprendimiento estético de diversas obras testimoniales de riquísima valía para la cultura nacional en diversos campos como la música, la literatura, u otros temas de corte sociopolítico, con justa precisión oficiosa aborda la temática personal en su novela de aventuras de corte autobiográfico «Muchachos en los Canarreos», conferido por sutiles pinceladas de una ficción literaria que jamás renuncia a la prosa concisa de su bien ponderado oficio periodístico, además de la fotografía, en la que reposan diversos premios y reconocimientos, cuya labor titánica en el periodismo aún nos informa desde diversos medios en los que ejerce y colabora con la energía del mismo adolescente que narra en sus travesías por los mares del Sur al inicio de una revolución a la que le entregaría y ofrece con suma devoción cada accionar suyo sin el menor reparo en pos de servir gustoso a este gigantesco proyecto social que denominamos «Cultura Revolucionaria.»
Lleva en su pecho la humildad tradicional del revolucionario, el hombre de a pie que se involucra y se sabe parte de un pueblo que lo vio nacer, crecer y forjarse. En sus frases siempre consolidadas por un civismo intachable cruza semanalmente correspondencia conmigo, dispuesto siempre a colaborar en lo que haga falta, como lo debe hacer siempre un verdadero revolucionario, que antepone con jovial dicha los intereses de la Patria a los suyos propios.
He tenido y tengo la inmensa fortuna de ser su amigo y que un concurso internacional donde fue uno de los ganadores precisamente con su marítima novela de aventuras Muchachos en los Canarreos, se originase el milagro de las amistad que tanto valoro, concibiendo en el arte un resultado social más allá del productivo: el resultado humanista de la convicción moral que entrelazan la vida de dos seres. Convencido estoy que el Arte y la Cultura van de la mano más allá de una mera dualidad material e inmaterial, como procesos técnicos, sino que acude a la sana dosis de las emociones para generar una justa complicidad fraternal entre dos seres.
Najarro Pujol o Lázaro, como suelo llamarle por su nombre inicial, ha sido además puntal primordial en la labor de divulgación que llevamos a cabo por las redes sociales durante el difícil período 2020 y 2021 para que la voz y obra de artistas locales en sus diversas manifestaciones pertenecientes a sitios vulnerables como corresponde la «Casa de Cultura Chichí Padrón» de Santa Clara, situada en la Comunidad fuesen divulgados por diversos canales de alcance nacional e internacional y aunque su modestia de intachable revolucionario en más de una ocasión ha renunciado a que haga uso meritorio de su labor, mi convencida gratitud me impide pasar por alto y tributarle desde unas pocas líneas con la misma sencillez que le caracteriza, toda mi admiración por su labor como artista en vasto y plausible equilibrio a su magno carácter revolucionario.
Es de intelectuales así de los que se nutre y debe continuar nutriéndose nuestro proceso revolucionario. Artistas de a pie que como antes mencioné, no esperan a que su obra se adose por evidente invariabilidad de preceptos a la Cultura de su tiempo, sino que desde lo que son y representan como seres humanos se involucran en ella, porque a veces la Cultura carece de paciencia para echar a andar y son estos artistas de a pie y no otros, quienes ponderan bien en alto el grito perentorio de sus gestas.