Enrique Acevedo: un descamisado de hierro
Publicado: junio 27, 2022 Archivado en: Cuba, Cubanos por el mundo, De Cuba y el Mundo, Las primeras villas cubanas Deja un comentarioRainer Castellá Martínez/ Foto tomada de Prensa Latina
Recuerdo con suma añoranza la primera vez que me senté con mi abuelo en los bancos del parque de Remedios.
Esa octava villa centenaria e histórica donde se pueden desandar las callejuelas curvas, construidas de este modo por los habitantes de San Juan de los Remedios, fundada en 1513 (se erige como Villa en 1515 o 1516.), para hacerse menos visual su fuga durante el azote de los corsarios y piratas o su principal atractivo que lo constituye la Iglesia Mayor San Juan Bautista, que contiene 13 bellos altares enchapados en oro.
Estos altares y otras obras de arte permanecieron camuflados bajo capas de pintura por varios siglos, para de igual modo evitar su saqueo. No olvido que de retorno a casa señaló en dirección a una farmacia que pertenecía a la familia Acevedo.
Tenía siete años cuando por primera vez escuché la historia de los hijos varones de la familia que en plena adolescencia y cursando el instituto, uno de ellos en el mismo año que mi abuelo, subieron a la Sierra Maestra, uniéndose a las tropas rebeldes, en la columna que comandaba Ernesto Che Guevara.
De hombre tuve la fortuna de leer ese libro de Memorias, titulado: «Descamisado.» Descubrí en su lectura los clásicos vericuetos psicológicos de un adolescente que a su vez se erigía como un hombre de ideales veraces y valor incuestionable.
Lo bastante fidedigno, por cierto, a las aventuras «Memorias de un descamisado», que no dejo de ver, a pesar de mi poca adicción a los audiovisuales, cada vez que ha sido retrasmitida en la televisión. Hace tres días sería también mi abuelo quien me comentó la noticia del fallecimiento del general.
Volví a sentirme aquel niño de siete años al que le encantaban las historias de héroes y guerrilleros, luego de confirmarlo por los medios nacionales, y como si tomase asiento en los banquillos del parque de la villa remediana, escuché con ese gusto tan dulzón de quien lo escucha por primera vez, las anécdotas de mi abuelo junto a sus amigos los Acevedo en el Instituto y me sentí uno de ellos, mientras percibía ese brillo nostálgico en los ojos y su voz quebrada, con tan altiva y sincera evocación.
De inmediato pensé en escribirle una crónica, era mi deber dedicarle al menos unas líneas al general. Ahora que estoy frente a la máquina francamente no sé por dónde empezar o cómo resumir una vida consagrada desde una edad en la que ninguno de los que tuvimos entre 14 y 16 años, pensamos en otra cosa que no fuese jugar beisbol y enamorarnos de la muchacha más linda del barrio.
Enrique Acevedo, como parte de una generación más que plausible, además de tener estas inquietudes naturales de todo adolescente, gestaba en su consciencia el afán de una nación donde la clase obrera cubriese sus necesidades de estudio, empleo, asistencia médica, voz y voto en los procesos sociales, también de orden legislativo.
Una sociedad donde los derechos y deberes fueran compartidos y asumidos en justa medida y equidad democrática, una sociedad donde se erigiese siempre y nunca faltase el hombre de ideas, que a fin de cuentas, es el componente individual que ofrece el resultado plural de una sociedad socialista de ideas en las que nunca falte el altruismo ni la unidad.
Una sociedad con la suficiente capacidad organizativa y de reinvención constante y sobre todo una sociedad de lucha educativa y básico civismo, para que cada cubano tenga y goce de iguales oportunidades.
Enrique puso todo este sueño de conquista por una nación más justa muy encima a los privilegios conferidos a su origen burgués y me resulta, (reitero), tan grande su obra que corroboro en mi intelecto la incapacidad de ensalzarla desde una visión mayor, apenas con un puñado de letras, dada la total visión de su propia naturaleza revolucionaria.
Pienso en esto y envilezco por unos instantes, como si recorriese las calles de Remedios, en busca de ese titán adolescente que junto a su hermano partió a la Sierra definido a consagrar su vida por las causas sociales y no niego que me gustaría encontrarlo en cualquier sitio, de cualquier instante o tiempo para decirle: General; «es usted un descamisado de hierro. Ordene… »